La violencia filioparental es un problema invisible que, por desgracia, afecta a muchas más familias de lo que pensamos. Y no sólo eso, sino que además parece crecer cada año aunque no se escuche hablar de ello. Esta realidad, que pasa desapercibida de las puertas del hogar hacia afuera, mantiene en vilo a miles de madres y padres que viven con miedo a sus hijos.

Según datos del último informe sobre violencia filioparental en España elaborado por la Fundación Amigó, cada año se abren en nuestro país más de 4.000 expedientes a jóvenes por este tipo de delitos. Andalucía, además, tiene el triste honor de ser la Comunidad Autónoma donde se registra un mayor número de casos, alcanzando los 980 en 2020. Y estos son sólo los que quedan registrados por la Fiscalía de Menores. El número real, como bien sabemos los que tratamos habitualmente con familias que sufren estos problemas, es mucho mayor.

Pero, ¿qué se entiende realmente por violencia filioparental? ¿Cuáles son sus causas y cómo pueden los padres y madres detectar a tiempo que algo no va bien? Reconocer el problema en su origen no siempre es fácil, como tampoco lo es actuar cuando la situación se complica. Por eso, desde Adinfa queremos dedicarle unas líneas a esta realidad invisible, para ayudar a ponerle solución.

 

¿Qué es la violencia filioparental?

La violencia filioparental es aquella que implica conductas hostiles y agresivas, tanto a nivel físico como psicológico, de los hijos hacia sus progenitores. Estas conductas se producen de forma reiterada e implican comportamientos amenazantes, tanto a nivel verbal como no verbal, hasta el punto de que los padres y madres sienten miedo de sus hijos.

Burlas, insultos y descalificaciones, gestos amenazantes, robo y/o ruptura del mobiliario y otros elementos del hogar, empujones, golpes y agresiones… son claros ejemplos de violencia filioparental cuando se producen de manera constante sin que el joven presente un estado de disminución de conciencia.

A menudo, este tipo de violencia por parte del adolescente no surge con una finalidad específica. Es decir, el joven no persigue con su comportamiento agresivo lograr algo en concreto (que se le deje llegar más tarde a casa, que se le compre algo, que se le excluya de los compromisos familiares…). Es más bien el ejercicio de dominio y poder sobre sus progenitores, una sensación de control sobre ellos basada en el miedo que le acaban profesando, y que a la postre le permite hacer lo que quiera.

 

¿Cuáles son los perfiles implicados en casos de violencia filioparental?

La Fundación Amigó ha estudiado durante años el perfil de las personas que se ven implicadas en casos de violencia de hijos a padres, pudiendo extraer diferentes conclusiones.

Por ejemplo, la media de edad de los hijos que cometen estas agresiones suele estar entre los 15 y los 16 años, y la de sus progenitores entre los 46 y 47. En el 71,11 % de los casos los problemas se presentan cuando los jóvenes tienen entre 12 y 18 años.

Los datos del estudio reflejan también que los varones son más propensos a ejercer violencia filioparental que las mujeres. En concreto, en el 63 % de los casos los menores eran chicos, mientras que en el 37 % eran chicas.

Por otro lado, es importante destacar que la problemática de este tipo de violencia no se encuentra aislada de otras complicaciones. Así, el 74,01 %, los hijos que practican estas agresiones han disminuido también su rendimiento escolar. En un 16,81 % de los casos han sufrido ellos mismos algún tipo de acoso en la escuela o el instituto. El 64,35 % presenta alguna adicción y el 40,87 % ha sido testigo de algún tipo de violencia.

A nivel familiar, el 52,6 % de los casos de violencia filioparental se da en familias nucleares, y el 26,5 % tiene su origen en las monoparentales maternas. A estas le siguen las familias reconstituidas (15,4 %) y, finalmente, las monoparentales paternas (5,6 %).

 

¿Qué causas provocan comportamientos violentos de los jóvenes hacia sus progenitores?

Las causas que pueden llevar a un joven a desarrollar comportamientos violentos hacia sus padres y madres son muy variadas. Los expertos coinciden en que no se puede encasillar bajo un perfil psicológico específico a estos adolescentes, pero al mismo tiempo están de acuerdo en que suelen darse ciertas particularidades en la mayoría de los casos:

– Depresión y baja autoestima. Jóvenes que sienten que no están a la altura de lo que se espera de ellos a nivel académico e incluso personal, que no encajan del todo en su familia ni en un grupo de amigos, que se muestran a menudo apáticos y desanimados…

– Impulsividad y falta de autocontrol. Jóvenes que encuentran problemas para controlar sus emociones, que se enojan con facilidad y reaccionan de manera airada a comentarios, bromas o sugerencias, que tienden a cambiar a menudo de opinión y de gustos…

– Obstinación y tozudez. Jóvenes que se muestran testarudos a la hora de debatir o dialogar, que sienten las opiniones diferentes a las suyas como un ataque personal, que se empecinan en no reconocer alternativas o errores incluso cuando resultan evidentes…

– Desequilibrios afectivos. Jóvenes que sufren una relación de afección desequilibrada en el hogar, que no han estado expuestos a límites ni a una supervisión parental sana, que no ven a sus padres como a una figura con autoridad…

– Exposición a la violencia. Jóvenes que han vivido situaciones de violencia intrafamiliar en su propio hogar, o que han sido víctimas de acoso escolar en algún momento de su vida.

Además de estas características, los expertos apuntan también a diferentes elementos y cambios sociales que pueden tener relevancia en el aumento de la violencia filioparental.

Un ejemplo de ello sería la adopción de modelos educativos totalmente opuestos a los antiguos cánones autoritarios, en los que aumenta la permisividad hacia el comportamiento de los hijos y se eliminan o rebajan sustancialmente los límites y las normas en el hogar.

Por otro lado, parece clara también la influencia que está teniendo en la educación la disminución en el número de hijos que tienen las familias, lo que lleva en muchos casos a estados de sobreprotección y excesiva atención hacia el único descendiente.

De la mano de esto se produce también el hecho de que los padres y madres de hoy son cada vez más mayores. No es lo mismo tener descendencia a los 25 años que a los 40, no sólo por las diferencias a nivel de energía y vitalidad entre unas edades y otras, sino también porque nuestra forma de afrontar los riesgos, la impulsividad y, en general, la vida, cambia conforme nos hacemos mayores. Esto implica que la relación con los hijos cuando empiezan a hacerse adolescentes sea muy distinta si los hemos tenido con poco más de veinte años, que si los tenemos alrededor de los cuarenta.

 

¿Cómo actuar ante la violencia filioparental?

No existen fórmulas mágicas ni procedimientos estandarizados para enfrentarse a casos de violencia filioparental, como tampoco los hay para otras muchas situaciones. Lo que sí está claro es que, cuanto más rápido se actúe, más posibilidades existen de encontrar una solución.

Teniendo esto en cuenta, desde Adinfa recomendamos siempre a los padres y madres estar atentos a los síntomas que hemos descrito previamente. Es decir, atender al comportamiento de sus hijos en el hogar, en la escuela, con otros familiares y amigos… No se trata de espiarles, sino de hacernos un hueco en su vida y de interesarnos por su día a día, por cómo le van las cosas en el colegio, con sus compañeros de clase, con sus primos si los tiene, etc.

Sobre todo, es importante que nos fijemos en si ciertas actitudes son aisladas o presentan repetición. Un portazo puntual tras una discusión es una cosa, pero que el joven huya de cualquier conversación que considere incómoda dando un portazo es otra muy distinta. Del mismo modo, que un hijo se enfade cuando se le llame la atención por una falta puede ser algo normal, pero que lleguemos a sentir que “no se le puede decir nada” porque se pone “como una fiera” debería encender las alarmas.

Otro factor fundamental para evitar llegar a situaciones indeseadas está en trabajar por establecer límites y normas en la educación de nuestros hijos. Los límites no sólo permiten mantener una convivencia sana en el hogar, sino que al contrario de lo que se piensa proporcionan a nuestros hijos una mayor seguridad y un entorno ordenado.

Lógicamente, para llevar esto a buen fin es importante conocer y comprender cuáles son las características de la adolescencia. Es decir, qué sentimientos y qué percepciones tienen nuestros hijos del mundo que les rodea. Se trata de algo fundamental porque nos permite entender mejor sus miedos y sus inseguridades, y por lo tanto comunicarnos mejor con ellos.

Somos conscientes de que la comunicación con el adolescente no es una tarea fácil, pero resulta importantísima para detectar ciertas cosas a tiempo y, por lo tanto, para actuar rápido cuando el problema es menor.

Lamentablemente, no en todos los casos de violencia filioparental es posible actuar a tiempo. En muchos de ellos, por el propio sentimiento de culpa o la vergüenza que experimentan los padres, la situación no se trata a tiempo y sólo se comienza a actuar cuando la convivencia es ya insostenible. En estos casos es imprescindible contar con la ayuda de profesionales, y aceptar esta ayuda como algo absolutamente necesario y sobre lo que no hay que sentirse avergonzado.

Desde Adinfa trabajamos junto a muchas familias para ayudarles a recuperar una convivencia sana, sin violencia ni agresividad. Sin miedos. No es un camino fácil, pero la solución existe. Si te encuentras en ese callejón sin salida en el que se sienten muchos padres y madres, que sepas que podemos ayudarte.

 

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